Chacao contado a color
Ciudad milhojas, es añosa la tendencia del borrón y cuenta nueva que se toma como sintomático rasgo caraqueño.
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Por Faitha Nahmens
Cortesía de EnElTapete.com


Caracas muta y nos transmuta, parece que se mueve, a veces que se nos va. Que solo la ocupamos. O desocupamos. Ciudad campamento, ciudad pañuelo de mago ahora está, ahora no está, la suspiramos de día, y la vivimos como un cerco de noche. Llena de basura y escombros —donde una obra sicalíptica tras el fórceps se erguirá— remeda la escena una guerra no declarada; tan amurallada está que si colocáramos en fila todas las tapias superaríamos en longitud a la muralla china. Sobre su rostro verde, avanzado de gris, intervenimos como empíricos cirujanos plásticos.

Parece que nuestra predilección por la picota (el Majestic, la quinta Yolanda, el Gastizar, Galipán, Casa estudio de Mujica Millán, colegio Chávez, Cine Canaima) es expresión de nuestra indestructible inconformidad. Malquerida se sentirá cuando le concedemos un lánguido podría. Veintidós ríos embaulados, 50 árboles reducidos a tocón solo en El Cafetal ayer, balcones ciegos (¿dónde quedó la bicicleta y el hombre en camiseta? ¿y qué será de Julieta?), la negamos.

 

Ciudad milhojas, es añosa la tendencia del borrón y cuenta nueva que se toma como sintomático rasgo caraqueño. Recomencemos decidió Guzmán Blanco quien con su devoción por la arquitectura francesa sopló y sopló y un buen tajo cayó (abajo las arcadas de la Plaza Mayor, abajo el hospital de Caracas, abajo la iglesia de San Pablo). En los 50, con el acicate petrolero y el advenimiento emocionante, arrollador y espasmódico de la modernidad, volvió un inspirado caterpillar cuyas obras luego llamadas innecesarias pasaron a ser reliquias. Luego valoradas, y también, ahora, amenazadas. Tiempos de vacas flacas y zamuros, el bolsillo y el desdén también hacen su trabajo (el Metro, las Torres de El Silencio)

Acaso este afán de tumbar —vale para el gobierno, vale para la casa de Rómulo Gallegos— es un atajo que deviene laberinto por el que transitamos desde 1567, cuando tras tres intentos bélicos fragua la conquista y comienza el valle a mudar de piel y producir capas de historia a partir del damero fundacional. Ciudad cebolla, con sabiduría Cabrujas llamó a botón: asumamos como identidad la manía autodestructiva (de la identidad). Pero ¿cuánto olvido podemos compartir?

Si la memoria es una forma de hilo, de tejido, de reencuentro, de coincidencia, el olvido es desacuerdo, desconocimiento, violencia. Un atentado al consenso que lamentablemente —basta de ayayay— se refocila en la escena. ¿Pero solo se hacen sentir los fantasmas de la esquina de Ánimas?¿No nos interpelan los jabillos cuando desorbitan sus raíces, se desembarazan de las aceras e irrumpen para recordarnos el arraigo posible y al mostrar su raíz hablan por Caracas, libran por todos? ¿No salen al ruedo cada vez más amadores que, conmovidos, se comprometen con la heterodoxia que somos y proponen tejer la ciudad parchada como el parchwork que nos reúne? ¿No vemos ruteros, caracadictos, afanosos lugareños convocando?  



Aquí, en esta caja de luz están los artistas que responden al deslave con creyones y pinceles y con ellos los vecinos que se afanan como nunca y los ciudadanos que impugnan la picota con voluntad y alzando la voz.

En nombre de la huella de la arquitectura —en tiempos en que se pretende envilecer la huella y convertirla en vehículo de cacería— se defiende el trazo, el paisaje, las construcciones icónicas, la belleza, el referente, la memoria, la cédula. En tiempos de ordenanzas sospechosas, la gente organizada blinda la fachada del Atlantic o defiende del derrumbe anunciado los edificios de la avenida Blandín.

Aquí se hace constar y aquí se solicita asombro, se requieren ojos despabilados, se pide por favor que tengamos también belleza en la mirada. La gente de Paisaje Ciudad y Ciudadanía convocó a los creadores a dejar su huella en el registro de Caracas. Poniendo foco en los alrededores y con afán en la Tercera avenida de Los Palos Grandes, como botón de muestra de la Caracas posible, en las construcciones, en los gestos y guiños, en los tonos y en los miedos que cantan las rejas, y fijarse asimismo en este camino de libertad de aquí hasta el Avila, bulevar anhelado, que puede extrapolarse a la ciudad toda.  



Con grabados, acuarelas, dibujos, fotografías, tesón, esta Caja territorio de 200 metros cuadros de paz, de relaciones, de perseverancia, es ahora mismo causa de y para la vida. Arquitecturas de la memoria es un gesto amoroso —cuidarnos lo es—, y esta exposición que se expresa en punta seca, transferencias, sello tardío, recorre partes de Chacao y nos ensambla en el rompecabezas que somos. Fotógrafos (Jimmy Villalta, Caracas en retrospectiva), grabados (los creadores de Terra Gráfica que ven desde los poros, que plasman desde la síntesis de la sensibilidad) vienen con sus retazos a hacer memoria y a juntarse en el todo orgánico que ampara y sostiene. Que nos completa.

Caja esta de recuerdos que son, que estarán, el mijao del centro también hace la Caja plaza que nos emplaza a tener esperanza en lo que somos, en tiempo ya. Anuncia un respiro.

26 de mayo de 2022